La política exterior es el arte de formular las preguntas correctas, cuyo instrumento más tradicional es la diplomacia. Sin embargo, las preguntas por sí solas no son suficientes: son las respuestas las que nos faltan. La división de Alemania luego de la Segunda Guerra Mundial dio lugar a dos formas distintas de diplomacia: «mientras que Walter Ulbricht y los gobernantes comunistas en la RDA se orientaron necesariamente exclusivamente hacia Moscú, los políticos de Alemania Occidental, encabezados por Adenauer y Schumacher, siempre tuvieron en la mira ambos polos: Washington y Moscú» (H. Schmidt, 2008).
Lo que tenemos ante nuestros ojos no son solo dos estrategias diplomáticas diferentes, sino más bien dos respuestas a una misma pregunta. Una visión tuvo éxito, mientras que la otra llevó a tiempos difíciles. Después de la Segunda Guerra Mundial, provocada por los nacionalsocialistas, las potencias vencedoras intentaron controlar, debilitar y aislar tanto política como económicamente a Alemania. «Nadie tenía al principio interés en un papel internacional fuerte» (J. Gauck, 2014) de la República Federal de Alemania y de la República Democrática Alemana.
La Alemania dividida por las potencias vencedoras comenzó poco a poco a recorrer el camino hacia la recuperación de un papel significativo en la política mundial, algo que, sin duda, habría sido impensable sin la llamada »diplomacia de Bonn«, aunque en él debate se cuestiona qué logró esta diplomacia. El objetivo principal de esta política exterior era, sobre todo, «convencer a sus vecinos de que la nueva Alemania no representaría ningún peligro. La respuesta definitiva a la ›cuestión alemana‹ se encontró en la vinculación con Occidente y la integración europea» (T. Bunde, W. Ischinger, 2014).
En relación con estos conceptos, se fueron delineando gradualmente los pilares fundamentales de la política exterior alemana moderna: el fortalecimiento de la OTAN y el fomentar la integración europea. Sin embargo, sería un error pensar que el mundo liberal surgido en 1945 sigue existiendo, ya que, para muchos alemanes, los estadounidenses «ya no son un aliado confiable, sino solo uno más entre muchos socios» (C. Masala, 2023).
No hay consenso entre los Estados miembros de la UE en cuestiones de política exterior, pero la expectativa de protección por parte de Estados Unidos permanece inalterada.

¿Podemos garantizar que la situación de la política exterior sería mejor para Europa sin Donald Trump? Hay tres escenarios posibles: que mejore, que empeore o que permanezca igual. Esta pregunta debería ocupar un lugar prioritario cuando se escuchan argumentos como «Trump no es un transatlántico». En este contexto, nos enfrentamos a otra pregunta importante: ¿qué significa ser un transatlántico? Sin embargo, la cuestión crucial al final es si la Unión Europea se ha preparado para el regreso de Trump. Este constituye el punto decisivo en la argumentación. La respuesta es: no.
Europa criticó duramente a Trump y, a cambio, apoyó a Kamala Harris. Ahora debería demostrar que está en el mismo barco que Trump. No solo desde los años de Trump, los defensores de la alianza con Estados Unidos han tenido dificultades en Alemania. En 2017, la entonces canciller Angela Merkel declaró: «Los tiempos en los que podíamos confiar completamente los unos en los otros, en cierto modo, han quedado atrás» (J. Lau, 2024). Debemos tomar esta frase en serio, porque, en este sentido, Trump ofrece una oportunidad. Ante la necesidad, Europa y la política exterior alemana tienen la posibilidad de reconfigurar procesos antiguos y comenzar nuevos. Las preguntas clave deberían ser: ¿Cómo puede Europa impulsar estos procesos sin los estadounidenses, y qué no funciona sin ellos? Otra cuestión crucial: ¿Puede la OTAN, con un Estados Unidos menos comprometido, ser el garante de la seguridad europea?
A pesar de los esfuerzos de la diplomacia alemana, ni Alemania ni Europa jugarían un papel decisivo en las negociaciones para poner fin a la guerra en Ucrania, ya que la clave se encuentra en Washington. Para el presidente ruso, la única persona con la que está dispuesto a negociar y terminar la guerra es el presidente de Estados Unidos. Donald Trump es la persona que puede garantizar la seguridad europea, y no el canciller alemán saliente, que no es capaz de liderar a Europa.
A pesar de todas las narrativas, no existe una solución mágica para Alemania, ni a través de negociaciones ni mediante un alto el fuego. No deberíamos esperar una solución de este tipo. Sería un error pensar que, tras el fin de la guerra en Ucrania, habría un regreso a los buenos y viejos tiempos de paz, especialmente en lo que respecta al papel de Alemania en este contexto. «Si Alemania quiere contribuir a poner fin a la guerra en Ucrania y congelar la actual línea de contacto militar, como sugieren ahora algunos asesores de Trump, Alemania y otros países europeos deben enviar tropas para garantizar dicho alto el fuego» (S. Meister, 2024).
Esta integración europea debería comenzar con el esfuerzo de poner fin a la guerra. De ello se desprende que el papel de Alemania y otros países europeos en la seguridad europea debe ser completamente rediseñado y replanteado.
Literatura
Schmidt, Helmut (2008) »Außer Dienst«
Gauck, Joachim (2014) »Deutschland Rolle in der Welt: Anmerkungen zur Verantwortung, Normen und Bündnissen« Rede, Eröffnung der 50. Münchner Sicherheitskonferenz
Bunde, Tobias & Ischinger, Wolfgang (2015) »Neue deutsche Diplomatie?«
Masala, Carlos (2023) »Weltunordnung«
Lau, Jörg (2024) »Die Transatlantiker«
Meister, Stefan (2024) »Germany’s Last Chance to Redefine It’s Role in Europe«