Martin Kobler viajó por el mundo como diplomático durante décadas. Fue Embajador de Alemania en Egipto, Irak y Pakistán, Representante Especial de la ONU para Irak, Jefe de la Misión de Paz de la ONU en el Congo Oriental y Enviado Especial de la ONU en Libia. También ocupó cargos importantes en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania, como el de jefe del Departamento de Cultura y Comunicación y jefe de gabinete del Ministro Exterior, Joschka Fischer.
Hola Sr. Kobler, es un honor poder hablar con usted.
Buen día.
Ya he dicho mucho, pero ¿quién es usted? ¿Cuándo tomó la decisión de postularse al Ministerio de Asuntos Exteriores?
Debo decir que eso fue muy temprano. Mire, ahora mismo estoy ordenando mis cosas y encontré un papel de cuando tenía 14 años. Allí anoté lo que tenía que hacer para entrar en el Ministerio. Yo vengo de un pequeño pueblo del sur de Alemania, y esa fue probablemente una de las razones por las que quería salir de la pequeña ciudad e ir al gran mundo allí afuera, y eso lo decidí muy temprano cuando era adolescente. Aprendí idiomas, además de los idiomas que tenía en la escuela en aquel entonces, y muy pronto decidí ir al Ministerio de Asuntos Exteriores. Luego en la Universidad estudié derecho y filología asiática, especialmente de indonesia. Luego presenté mi solicitud para entrar en el Ministerio Exterior y fui aceptado.
Su esposa es también diplomática. Usted fue embajador en El Cairo y su esposa, allí, fue su representante. Esto era algo nuevo en el Ministerio de Asuntos Exteriores. ¿Cómo ocurrió eso?
En realidad, empezó mucho antes. Solicitamos ingreso juntos al Ministerio de Asuntos Exteriores en 1983 y eso fue muy controvertido. Ya teníamos un hijo. Hasta entonces, no existían matrimonios que trabajaran juntos en esos puestos. Sí, había personas que se divorciaban y luego se reencontraron en el segundo puesto. Pero nosotros fuimos la primera pareja contratada, como matrimonio, en los años 80. Y además fuimos el primer matrimonio en venir a la misma embajada. Como primer puesto fuimos enviados a El Cairo y ya teníamos dos hijos. Eso también fue muy polémico. El embajador de aquel entonces no quería eso en absoluto. Escribió al departamento de recursos humanos y dijo: »No es posible que un matrimonio venga a la embajada.« Pero fuimos la primera pareja que trabajó en El Cairo y, por supuesto, no conseguimos ningún status especial por eso.
Yo era asesor político y mi esposa hacía cosas legales y consulares. Nos representábamos el uno al otro. Eso significa que no pudimos irnos de vacaciones juntos durante tres años. Tienes que soportar y tragarte eso y, como usted mencionó, fuimos la primera pareja en la que él era embajador y ella era representante. Eso no ha sucedido desde entonces, así que somos un poco pioneros en ese aspecto con ella y hoy ya no es un problema que las parejas trabajen en las mismas embajadas a lo largo de sus carreras.
Usted estuvo destinado como diplomático en Irak, Pakistán y Palestina, entre otros. Personalmente, parece tener cierta afinidad por las situaciones de crisis. Muchos dicen: quiero ser embajador en Washington, en París. ¿Por qué es así en su caso? Pakistán, Palestina.
Bueno, en primer lugar, cada vez me interesan más las embajadas más pequeñas, porque, por supuesto, claro que muchos colegas quieren ir a las embajadas europeas que usted ha mencionado, a París, a Roma y a las grandes ciudades, pero un embajador ya no tiene ninguna función allí. Las relaciones políticas con Francia son demasiado estrechas. Todo fluye directamente entre los Ministerios. Tenemos, por ejemplo, reuniones conjuntas de gabinete entre Francia y Alemania, en las que se sientan, junto con sus ministros, el Primer Ministro y el señor Scholz. Un embajador prácticamente tiene pocas funciones más que mantener relaciones con el país, pero se trata de actividades diplomáticas típicas, el intercambio de información sobre la situación del país y las crisis. Eso no ocurre en las grandes embajadas europeas. Estuve en un puesto en la India y realmente lo disfrutamos con mi esposa. Este puesto en Jericó, después del Acuerdo de Oslo en la década de 1990, fue emocionante para un joven funcionario. Usted ya sabe esto, pero, los alemanes tienen una relación especial con Israel, y trabajar en Palestina y abrir allí una oficina en Jericó, en el otro lado, por así decirlo, fue muy exigente, el intentar »no meter la pata« ni con los palestinos ni con los alemanes. Aprendí mucho allí, pero mi carrera estuvo un poco dividida en dos partes: fui embajador o jefe de oficina en el Ministerio Exterior, pero en el último tercio fui a la ONU. Debo decir que fue un golpe de suerte, que dejara el Ministerio de Asuntos Exteriores y luego volviera a trabajar en Afganistán e Irak, pero en las Naciones Unidas. Luego, en el Congo y en Libia. Fue bueno tener estos dos pilares y conocer una organización distinta al Ministerio de Asuntos Exteriores.
¿Cómo trabaja la ONU en esos lugares? Siempre hay un mandato del Consejo de Seguridad, ¿verdad?
Sí. La ONU tiene las misiones de mantenimiento de la paz. A grandes rasgos, hay dos diferentes: Una son las misiones políticas: Afganistán, Libia e Irak. Hay un equipo de colegas, pero no tropas, y el otro son misiones de paz, operaciones de mantenimiento de la paz. Y tuve la gran oportunidad de liderar la más grande de todas, allá en el Congo. Teníamos 20.000 soldados, 5.000 civiles y todo esto estaba bajo un mandato directo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, lo cual es típico en zonas de crisis.
No hay necesidad de una misión de paz en París o Uruguay. Pero, si ahora hay conflictos entre Venezuela, Guyana o entre otros, India y Pakistán, en Israel o en Palestina, entonces hay misiones políticas o de mantenimiento de la paz. En el Congo eso fue la más interesante para mí. Había estado ocurriendo con mandatos cambiantes desde finales de los años 1960 problemas con los rebeldes y allí en realidad se trataba de hacer la guerra con un mandato de las Naciones Unidas, es decir, luchar contra los rebeldes. Y si no entregaban las armas voluntariamente, también se trató de utilizar la fuerza.
¿Cómo deberíamos imaginar las oportunidades de las misiones de paz? ¿Qué se puede lograr?
Yo entré en un nivel alto. Primero en Afganistán como subdirector de la misión y luego en las otras misiones como jefe de misión. Hay un montón de colegas jóvenes, y solo puedo animar a todos, tal vez especialmente a aquellos que vienen de Uruguay. Existen esas cuotas ocultas de países, también en este ámbito. Siempre me pareció mucho más gratificante, en parte, que trabajar en la gran burocracia del Ministerio de Asuntos Exteriores.
La diferencia fundamental entre las misiones y el trabajo bilateral en el Ministerio de Asuntos Exteriores, al menos así lo he percibido, es que como embajador, digamos en Montevideo, uno depende de las instrucciones del Ministerio de Asuntos Exteriores en Berlín. Por ejemplo: está la guerra en Ucrania y luego el »Zeitenwende«, y la prensa nos pregunta a los embajadores qué entendemos por »Zeitenwende«, y uno como embajador debe reflejar lo que piensa el Ministerio de Asuntos Exteriores, no la opinión personal. En la ONU es al revés. Lo principal es la misión en el Congo, en Bagdad, en Kabul, y solo se tiene al Consejo de Seguridad como órgano de control. Es muy autónomo, ya que usted preguntó qué se puede lograr, se puede lograr, lo que uno quiera lograr.
Eso varía de un país a otro. Para dar dos ejemplos: en Irak, establecimos la frontera con Kuwait con »border pillars«, con postes fronterizos. Como saben, la primera Guerra del Golfo fue el intento de Sadam Huseín de decir: »nos quedamos con Kuwait, es nuestra 27ª provincia«, para que eso ya no pase más establecimos esta frontera junto con Kuwaitíes e iraquíes, utilizando datos GPS, colocamos los postes fronterizos. Ningún líder iraquí podrá decir nunca más: »Esta es la 27ª provincia de Irak.« En el Congo, la situación era muy diferente. Allí teníamos tropas de paz y una misión ofensiva con la llamada »Brigada de Intervención de Fuerza«. Es decir, combatimos activamente a los rebeldes y logramos derrotar a un gran grupo rebelde en el este del Congo, lo que permitió que las autoridades estatales volvieran a establecer hospitales, escuelas y una administración estatal. En última instancia, no pudimos resolver los problemas de manera permanente, eso siempre lo deben hacer los propios países, pero podemos estabilizar. Podemos entrar con tropas para separar a las partes en conflicto, señalar las violaciones de los altos el fuego, todo eso lo podemos hacer, pero al final debe haber una solución política. Solo los países mismos pueden hacerlo.
Hemos hablado sobre el »Zeitenwende« y la guerra en Ucrania. Muchas personas, por ejemplo en Uruguay, dicen: La ONU ya no funciona. Hay una guerra en Ucrania y la ONU no hace absolutamente nada. ¿Qué piensa usted al respecto?
Tenemos dos grandes crisis en este momento. Tenemos desde hace varios años la guerra en Ucrania, provocada por el ataque de Putin, una clara violación de la prohibición del uso de la fuerza. Y tenemos la guerra de Israel contra Gaza, iniciada hace un año, el 7 de octubre [2023] con el ataque de Hamás a Israel y la respuesta de los israelíes. Ahora bien, la pregunta es muy legítima: ¿Qué está haciendo la ONU al respecto? ¿Por qué no está siendo más activa? Hay que decir que la ONU es una asamblea de Estados soberanos, y el Consejo de Seguridad es el responsable de mantener la discusión, la paz y la seguridad. Si el Consejo de Seguridad no está unido, entonces la ONU no puede hacer mucho.
Pero también mencioné que, en el caso de Ucrania, fue una guerra de agresión de Rusia contra Ucrania la que desató el conflicto. La ONU podría haber actuado de manera diferente. La Carta de la ONU, en lo que respecta al Consejo de Seguridad, debe ser modificada, porque ya no refleja la realidad del mundo actual. Esta Carta de la ONU permite la exclusión del voto. Esto está claramente estipulado. Así que se podría haber dicho que Rusia, como Estado responsable del ataque, de acuerdo con el artículo 27, párrafo 3 de la Carta, queda excluida de la votación sobre una resolución, ya que es parte en el conflicto. No se hizo. ¿Por qué no se hizo? Porque tal vez otros miembros del Consejo de Seguridad, como los Estados Unidos, no querían crear un precedente, temiendo que en el futuro pudieran verse afectados de la misma manera. ¿Entiende?
Y por eso no se hizo con Rusia. Entonces, la ONU podría ser más fuerte de lo que ha sido hasta ahora. Hay muchas otras posibilidades. El secretario general tiene muchas más facultades. Es el guardián de la Carta de la ONU. Podría haber intervenido en este caso y haber involucrado al Consejo de Seguridad, pero no lo hizo. Según el artículo 99, él mismo puede involucrar al Consejo de Seguridad si considera que hay una amenaza para la seguridad internacional. Tampoco se ha hecho eso. Así que hay problemas estructurales, porque es una asamblea de Estados soberanos, pero también hay una reticencia política para no aprovechar todas las posibilidades que ofrece la Carta.
Y la OTAN. Hemos hablado de las Naciones Unidas. ¿Qué piensa usted? ¿Puede la OTAN hacer más? Por supuesto, la OTAN cuenta con socios muy importantes como Alemania y Francia. Han suministrado armas a Ucrania. Siempre existe este debate sobre el envío de armas a Ucrania, tanto en Alemania como en Francia. ¿Puede la OTAN hacer aún más?
La OTAN no está involucrada en este conflicto. No se trató de un caso de la OTAN porque Ucrania no es miembro de la alianza. Así que la OTAN en sí no está involucrada en Ucrania, pero usted tiene razón, son los Estados miembros individuales los que lo hacen, pero sobre una base bilateral. Si un país de la OTAN es atacado, entonces en ese caso se activa la defensa colectiva según el artículo 5 del tratado de la organización. En este caso, Ucrania no es un país de la OTAN. Algunos dicen que hubiera sido mejor haber aceptado a Ucrania en la OTAN en su momento, y tal vez no se habría llegado a este conflicto. No lo sé, no soy profeta, pero la OTAN como tal no está involucrada. Sin embargo, los Estados bilaterales están involucrados, y creo que mientras Ucrania quiera luchar, deberíamos, como Alemania, Francia, Holanda, como Estados miembros de la OTAN, hacer todo lo posible para apoyar a Ucrania.
Me gustaría hablar un poco sobre Jericó. Usted fue jefe de la representación alemana en Palestina y una vez dijo: ‘Ahí aprendí lo que es una crisis.’ La pregunta es: ¿Qué aprendió allí?
Eso fue en 1993. Los mayores quizá recuerden la imagen donde Clinton, Arafat y Rabin en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca sellaron el acuerdo de Oslo, y los estadounidenses les dieron su lugar allí. Isaac Rabin y el exterrorista Yasir Arafat se dieron la mano. Bill Clinton estaba detrás presionando un poco, pero al menos se dieron la mano. En 1994 entró en vigor, y Palestina no era un Estado, o al menos no estaba reconocido como tal en ese momento. Hoy en día, muchos países, incluidos varios europeos, reconocen a Palestina como un Estado. Entonces, comenzó este proceso de paz, que estaba planeado para durar cinco años, y aquellos países que no tenían consulados generales en Jerusalén Este podían establecer oficinas de representación en Jericó o Gaza. Esas eran las dos zonas autónomas en ese momento.
En agosto de 1994, Arafat llegó a Gaza. Yo mismo estuve allí en agosto de 1994 y coloqué el cartel ‘Oficina de Representación de la República Federal de Alemania’. No era una embajada, solo los Estados tienen embajadas. No era una embajada, y tampoco existía algo como una oficina de representación en ese entonces. Era algo único. No teníamos ningún estatus. Estábamos registrados en la lista de diplomáticos de Israel, pero no teníamos estatus diplomático con los palestinos, ya que no era un Estado.
Así que era una situación muy interesante, y ahora, siempre que hay un proceso de paz, también hay enemigos de dicho proceso que intentan torpedearlo. Había facciones de la OLP, Hamás, y otros que ya hace 30 años cometían atentados terroristas. En 1993, 1994 y 1995 hubo grandes atentados terroristas en estaciones de autobuses, en Israel, en pleno Tel Aviv, en centros comerciales, perpetrados por facciones de la OLP que estaban en contra del acuerdo de Oslo. Decían: »Todo esto es demasiado malo. El territorio que debería pertenecernos es demasiado pequeño, estaba mal negociado.« Y luchaban contra Arafat con esos atentados terroristas. Nosotros estábamos en medio de todo, con la esperanza de que el proceso funcionara. Teníamos visitantes de Alemania, el ministro de exteriores venía cada tres meses, había que entrar en Gaza, tener reuniones con Arafat, y siempre había un atentado terrorista aquí o allá, y todo era un gran desafío. Organizar esos programas de visitas y ser algo flexible en la gestión de crisis fue algo que aprendí allí. No se puede ser demasiado cauteloso, hay que seguir trabajando a pesar de los atentados. Pero tampoco se puede actuar de manera imprudente. Cuando estuve en la ONU, o como embajador en Bagdad en 2006 y 2007, cuando los atentados terroristas y la guerra aún continuaban, ya estaba en verdaderas situaciones de guerra, y uno se pone menos nervioso cuando ya ha pasado por esa escuela en Jericó.
Desafortunadamente, ahora tenemos nuevamente una guerra en Gaza, entre Israel y Palestina. ¿Cómo evaluaría usted la situación? Tenemos al embajador alemán, Steffen Seibert. Siempre lo critican.
Este atentado terrorista fue perpetrado por Hamás y el derecho a la autodefensa es, sin duda, algo que creo que Israel no puede dejar pasar. Fue un ataque a su territorio, con cierta brutalidad. Incluyó violaciones, tomas de rehenes. Aún hay más de 100 rehenes en cautiverio, por lo que Israel tuvo que reaccionar. Sin embargo, la forma en que Israel ha respondido, con más de 40,000 muertos hasta ahora, con 100,000 heridos según las cifras de Hamás, aunque esto lo dirán las organizaciones humanitarias. Lo que me preocupa especialmente es el bloqueo de alimentos. Hay dos millones y medio de personas que necesitan agua limpia, alimentos y, sobre todo, medicinas. Las bombas israelíes están hiriendo a las personas, y conozco casos en los que niños tuvieron que amputarse las piernas sin anestesia. Estas son realmente cosas que contradicen el derecho internacional humanitario y son reacciones desproporcionadas. Apenas anoche, seis de mis colegas de la ONU murieron en un ataque a una escuela, y ya hay más de 160 empleados de la ONU en Gaza que han muerto, lo cual es inaceptable. Por eso, es necesario establecer un alto el fuego lo más rápido posible, intercambiar rehenes, y eso debe ser lo primero. Luego, también hay que preguntar qué salió mal con esos intentos esperanzadores de hace 30 años, cuando estuve allí, y cómo podemos hacerlo mejor ahora, no solo nosotros como comunidad internacional, sino, sobre todo, cómo pueden hacerlo mejor los israelíes y los palestinos. Ese será el desafío, así como la reconstrucción de Gaza, que requiere miles de millones en inversiones. Gaza se ve como dividido en partes, en grandes partes, como Berlín y Dresde después de la Segunda Guerra Mundial. Es un enorme desafío, tanto humanitario como de reconstrucción, pero sobre todo político, para que esta región finalmente encuentre la paz.
Un poco sobre su papel como jefe de gabinete, como se le llama en el lenguaje administrativo, pero concretamente en la práctica, en el Ministerio de Asuntos Exteriores, ¿cuál es el trabajo del jefe de gabinete?
Esa fue, creo, mi época más interesante en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Fue en 1998 cuando, sorprendentemente, el gobierno fue asumido por la coalición Rojo-Verde, es decir, el canciller era Gerhard Schröder y Joschka Fischer era el ministro de Asuntos Exteriores. Creo que los Verdes en Alemania en ese momento estaban sorprendidos de que de repente estaban en el gobierno. Aquí volvemos a Jericó. Fischer no conocía a muchas personas en el Ministerio de Asuntos Exteriores, pero cuando yo estaba en Jericó, había un colega en Israel, Andreas Michaelis. Fischer venía cada año a Israel y a Palestina como diputado, y mi colega Andreas y yo organizábamos los programas para él en Israel. Fui con él a Palestina, a ver a Arafat, a otras personas, a organizaciones de derechos humanos. Creo que lo atendimos tres o cuatro veces allí. Él venía con mucha regularidad a Israel y Palestina. Cuando los Verdes llegaron al gobierno, el ministro de Asuntos Exteriores estaba en una situación difícil, por cierto, porque ya estaba en marcha la guerra de Kosovo, y cuando los Verdes llegaron al gobierno en 1998 con el canciller Schröder del SPD, Fischer dijo: ‘Sí. ¿A quién conozco en el Ministerio de Asuntos Exteriores?’ Y entonces pensó en Andreas Michaelis y en mí. Andreas se convirtió en el portavoz y yo fui su jefe de oficina
Andreas Michaelis es ahora embajador.
Sí. Andreas es un poco más joven que yo. Ahora es embajador en Washington.
La función del jefe de oficina es ser un enlace entre el Ministerio de Asuntos Exteriores y el ministro. Uno tiene al ministro, a los secretarios de estado y luego a muchos departamentos: departamento cultural, departamento político, pero no todos pueden ver al ministro constantemente. Así que uno organiza los viajes del ministro, y en ese momento, por supuesto, hacíamos muchos viajes debido a nuestra experiencia en Palestina. A Israel y Ramala, Fischer también iba al menos dos veces al año.
Como jefe de oficina, uno puede influir un poco. Muchos decían ¡Ocúpese del conflicto, señor Fischer! Él también lo hizo con mucho gusto, lo habría hecho incluso sin mí. Pero fue bueno que Andreas y yo tuviéramos la relación con los israelíes y los palestinos. Él hablaba muy a menudo con Arafat y Sharon, incluso poco antes de la muerte de Arafat, que fue envenenado.
Esas eran las tareas. Consisten en organizar los viajes, por supuesto no solo, sino con colegas en la oficina del ministro; las responsabilidades se distribuyen y un colega, por ejemplo, estaba a cargo de América del Sur, por eso yo en ese momento no me ocupaba de América del Sur. Yo me ocupaba del Medio Oriente. Pero también ser el facilitador para quejas, sugerencias de la casa al ministro, y también transmitir las cosas que dice el ministro al resto del Ministerio de Asuntos Exteriores, a las secciones y a los directores. Todos los días hay reunión de directorio en el Ministerio. Es decir, todos los directores, jefes de departamentos se reúnen con los Secretarios de Estado y el jefe de la oficina del Ministro, y ahí el jefe de oficina, o un colega está siempre presente, para que sepa qué está pasando. Eso se transmite luego al Ministro, que por supuesto solo puede asistir muy rara vez a la reunión de los directores, y también el jefe de oficina se encarga del flujo de información desde el ministro al resto del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Fue un trabajo muy interesante.
Eso fue muy interesante. También se aprende mucho sobre cómo funciona la política, cómo funciona una gran administración, pero también sobre cómo se relaciona un Ministro con los colegas en el gabinete. El Ministerio de Asuntos Exteriores no es el único departamento que se encarga de la política exterior: clima, alimentación, FAO, es decir, las relaciones con las organizaciones especializadas de la ONU. Eso se gestiona a través del BMEL (Ministerio Federal de Agricultura y Alimentación) o BMZ (Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo). Todo debe ser coordinado y se aprende bastante en ese proceso
¿Cómo era el señor Fischer personalmente?
El Sr. Fischer personalmente era un político carismático, y por eso fue particularmente interesante trabajar con él. Fischer tenía una historia muy, digamos, llamativa. Ni siquiera había terminado la escuela secundaria. Cuando estábamos allí, en su cuarto matrimonio, había atravesado la vida como taxista. Era miembro junto con [Daniel] Cohn-Bendit del Grupo de Frankfurt, los »Spontis« fue uno de los miembros fundadores de los Verdes y muy pronto se distanció de ese movimiento radical terrorista. Dijo: »Quiero entrar en las instituciones. Aunque soy de izquierda y verde, solo puedo cambiar las cosas si estoy en los ministerios.« Luego se convirtió rápidamente en ministro de Medio Ambiente de Hesse [Estado Federal] y después entró en el Bundestag. Hay muchas historias sobre escándalos, y así hizo esa famosa declaración al Presidente del Bundestag, al que reprendió por algo que había dicho. Fischer dijo en el Parlamento, frente a las cámaras: »Con todo el respeto, señor Presidente, usted es un idiota.« Por supuesto, fue expulsado de la sala. Hizo cosas así.
Los Verdes estaban en el parlamento en ese momento tejiendo y él llevaba zapatillas, y eso ya no era así cuando fue ministro de Asuntos Exteriores. Usaba buenos trajes, corbatas y zapatos adecuados como ministro. Pero era un carismático por su trayectoria y carrera, y realmente intentó manejar muchas crisis con mucho sentimiento y mucho sentido, con un instinto que nosotros, los funcionarios, no podíamos tener. Era un luchador callejero en Frankfurt y por eso podía entender mejor a los luchadores callejeros palestinos o de otros países, cómo se sienten, cómo piensan, y eso lo aprendimos de él como funcionarios. Era un tipo estupendo. Sin embargo, a veces hay que decir que era un tipo muy efervescent. La carga de trabajo era grande y no siempre era fácil. Tuvimos que soportar mucho, pero lo hicimos con gusto.
La Ministra Federal de Asuntos Exteriores, la señora Annalena Baerbock, también proviene de los Verdes. Ella sigue en el cargo, pero ¿cómo evalúa el trabajo de la señora Baerbock?
La señora Annalena Baerbock llegó con dos objetivos: uno era la política exterior feminista, donde se evaluaría la acción administrativa en cuanto a su impacto en las mujeres. Y la llamada política exterior basada en valores, es decir, que el derecho internacional debe respetarse y debemos honrar el orden multilateral. En cuanto a cómo ha actuado, digamos con cautela, que la imagen es mixta. No puedo ver mucho de la política exterior basada en valores. La posición del gobierno federal sobre Ucrania fue, sin embargo, clara y basada en valores; en cuanto a Israel, no tanto. Me gustaría ver más compromiso en el sentido de los valores del derecho internacional y la proporcionalidad de una respuesta legítima y legal de los israelíes al ataque de Hamas. Mucho más podría hacerse. También en cuestiones de política exterior feminista y otras crisis, veo poco. La mayor catástrofe humanitaria es en realidad en Sudán, con millones de personas sin acceso a alimentos, con 10 millones de desplazados, donde mujeres y niños están especialmente afectados. Eso sería un campo de aplicación para la política exterior feminista, donde debería involucrarse en estas crisis. Eso incluye Yemen, la guerra entre Etiopía y las Fuerzas de Defensa del Tigray, donde se bloquea el acceso a alimentos y el objetivo era dejar morir de hambre a grandes partes de la población. Tampoco vi mucho compromiso allí, y habría esperado más. Aunque muchas cosas van bien, como por ejemplo la política exterior climática, en la que ella es muy prominente, en lo que respecta al feminismo y la política exterior basada en valores, me gustaría ver más pasión.
Y con el señor Fischer vivió usted los atentados del 11 de septiembre. Wolfgang Ischinger, que hoy es presidente de la Fundación de la Conferencia de Seguridad de Múnich, era embajador en Washington. Usted en el Ministerio de Asuntos Exteriores con Fischer. ¿Podría describir un poco la situación? ¿Qué es lo que realmente ocurrió?
Todo el mundo recuerda, por supuesto, cómo fue. Fue, de hecho, un »Zeitenwende«. No deberíamos sobre utilizar este término; quiero decir, si decimos cada año que hay un »Zeitenwende«, pierde un poco su singularidad. Pero este sí lo fue, quizás comparable solo con Pearl Harbor, aunque mucho peor para los estadounidenses. Fue un ataque en su propio territorio, y todos recuerdan lo que estaban haciendo en ese momento. Yo estaba con Fischer en un almuerzo con el ministro de exteriores yemení en un hotel cuando llegó la noticia. Inmediatamente, regresamos al Ministerio de Asuntos Exteriores y vimos cómo el segundo avión se estrellaba contra la segunda torre del World Trade Center. Fischer llamó de inmediato a Schröder e incluso fue a la Cancillería*. Ambos hablaron con Ischinger, como usted dice, que estaba en Washington y acababa de asumir el cargo. Ischinger llevaba apenas su primera semana; había empezado el primero de septiembre, así que prácticamente era nuevo también. En las conversaciones con Schröder y Fischer, fui yo quien introdujo el término de solidaridad incondicional con América. Estados Unidos también invocó el Artículo 5 del tratado de la OTAN: un ataque contra territorio de la OTAN, un estado miembro de la OTAN, y la obligación de apoyo de todos. Hubo una reunión de ministros de exteriores bastante rápido en Bruselas, un encuentro de ministros de exteriores de la OTAN, y ya el 19 de septiembre, lo recuerdo claramente porque es mi cumpleaños, es decir, 8 días después del 11 de septiembre, Fischer voló a Washington y Nueva York. Fue un viaje fantasmal, los aeropuertos aún estaban cerrados y el país estaba en estado de shock. En Washington vimos al presidente Bush y a Condoleeza Rice. Esa fue la única vez que estuve en la Casa Blanca y pude estrechar la mano del presidente estadounidense. Fue un viaje rápido, una visita de solidaridad de Joschka Fischer. Volamos a Nueva York y vimos el impacto. En Washington también visitamos el Pentágono, donde se estrelló el tercer avión. Fueron tiempos muy emocionantes, y eso llevó finalmente a la respuesta de los estadounidenses y Afganistán. Fue realmente una misión de la OTAN en el marco de esta obligación de apoyo. No lo explicaré mucho, pero fue interesante que 10 años después yo mismo estuviera como subdirector de la misión de la ONU en Kabul, acompañando este proceso durante dos años.
También fue jefe de la Sección de Cultura y Comunicación en el Ministerio de Asuntos Exteriores. ¿Qué significa eso en detalle?
Siempre decimos que hay tres pilares en la política exterior. El primero es el pilar político, luego tenemos el pilar económico y, por último, lo que llamamos »el poder blando de la política exterior«, que es la política cultural y educativa exterior de Alemania. En Montevideo también hay un Goethe-Institut, que organiza eventos culturales y fomenta la cooperación cultural en el día a día. Tenemos una red de escuelas alemanas en el extranjero, y Uruguay también cuenta con una de estas escuelas. Este es el tercer pilar de la política exterior, y en ese entonces estaba respaldado con mil millones de euros. El Ministerio de Asuntos Exteriores destinaba ese dinero a los Goethe-Institute, a las escuelas alemanas en el extranjero y a grandes programas de política cultural y educativa exterior. Lo que hicimos en esa época fue algo similar a lo que ya hacía el Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo, destinado a jóvenes que querían ir al extranjero. Podían hacer una pasantía en la GIZ [Sociedad Alemana de Cooperación Internacional] o en organizaciones similares, o pasar tres meses en el extranjero. Nosotros implementamos algo similar en el ámbito cultural, mediante un programa donde reclutamos a jóvenes que hicieron prácticas de tres a seis meses en Goethe-Institute de todo el mundo o en departamentos culturales, y trabajaron en serio. También el sistema de las »escuelas asociadas« se implementó durante nuestro tiempo, el programa »PASCH«. No son escuelas alemanas en el extranjero, pero siguen siendo socios en la enseñanza del alemán. Me alegra mucho que aún exista. Estas escuelas asociadas enseñan alemán, probablemente también haya algunas en Montevideo o en Uruguay. Estas escuelas deben cumplir ciertos criterios. No basta con enseñar un poco de alemán, debe hacerse bien, y son apoyadas por el programa PASCH tanto con profesores como con recursos económicos. Todo esto surgió en nuestra época, este movimiento mundial que permitió a los jóvenes hacer prácticas y adquirir experiencia, y fue realmente emocionante.
En ese entonces, aún teníamos fondos, y esto ocurrió bajo el ministro [de exteriores], Frank-Walter Steinmeier, quien impulsó fuertemente la política cultural y educativa exterior. Cabe decir que Joschka Fischer no lo consideraba como una de sus prioridades. En ese momento yo era embajador en Bagdad, y el secretario de Estado me llamó y me preguntó si no quería encargarme de ello. Uno de los grandes programas que también implementamos fue la fusión de dos departamentos: el de Comunicación y el de Cultura, ya que creemos que la cultura y la comunicación deben ir de la mano. Fusionamos estos dos departamentos. También éramos responsables de lo que llamamos la imagen de Alemania en el extranjero.
Si hoy preguntará en el extranjero, ¿quién cree que es el alemán más famoso? ¿A quién cree que nombrarían?
A la señora Merkel.
Desafortunadamente, sigue siendo Hitler, luego viene Beckenbauer, después Kohl y luego la señora Merkel. Un país como Alemania no puede conformarse con esto, cuando más del 30 % de las personas dicen que Hitler es el alemán más famoso. Queremos cambiar esa percepción. La imagen de Alemania en el extranjero. En ese momento se establecieron los Centros de Alemania. La fusión de estos dos departamentos también coincidió con el inicio de las redes sociales, en una época en la que aún era muy controvertido si una institución como el Ministerio de Asuntos Exteriores podía estar en una red social como Facebook. La dirección del ministerio decía: »Eso no es posible.« Pero teníamos un ambiente muy dinámico, lleno de jóvenes, aunque yo ya era mayor. Muchos de estos jóvenes insistieron en que, por supuesto, teníamos que estar allí. Y si existía Twitter, entonces también debíamos estar en Twitter. Eso estaba clarísimo.
El nuevo embajador alemán en Montevideo, Stefan Duppel, fue en ese entonces parte de este grupo joven en el Ministerio de Asuntos Exteriores, en el departamento de Cultura. Trabajé muy bien con él, y le deseo a usted todo lo mejor en Uruguay con él.
Gracias por la conversación, ha sido un honor.
Perfecto. Muchas gracias a usted, y mis mejores deseos para usted y para la Sociedad Alemana-Uruguaya. Espero poder visitarlos algún día.
*Cancillería: Refiere en Alemania a la Oficina del Canciller. Contrario a los países latinoamericanos, que hacer referencia al Ministerio de Asuntos Exteriores.